Comentario
"Los bandidos que se hicieron dueños de Constantinopla, hambrientos de oro, como todos los pueblos bárbaros, se libraron a inauditos excesos de pillaje y desolación. Abrieron las tumbas de los emperadores que decoraban el Hieron del templo; se llevaron las riquezas que encontraron, las perlas, las piedras preciosas, los diamantes, tesoros respetados durante muchos siglos, de los que se apoderaron con una avidez desenfrenada". Estas palabras de Nicetas Choniates, alto funcionario bizantino, tratan de expresar el impacto que causó en los súbditos imperiales la toma de Constantinopla por los cruzados en 1204.Fue un golpe del que el Imperio no pudo recuperarse del todo. Y aunque no fue el fín del mundo bizantino, fue el comienzo de una muerte lenta arrastrada durante casi doscientos cincuenta años. Ya Miguel Paleólogo, cuando libera la capital en 1261, se encuentra con una ciudad arruinada, cuya población había bajado del millón de habitantes a los cien mil. La euforia que siguió, en realidad, no duró mucho. El Imperio se hallaría crecientemente amenazado por los reinos balcánicos en expansión y por un pujante emirato turco que había surgido en Anatolia occidental: los otomanos. De hecho, a fines del siglo XIV, en el momento de su muerte, Juan V era vasallo del sultán cuyos territorios rodeaban por completo las escasas posesiones que le quedaban: Constantinopla, Salónica y algunas ciudades costeras e islas. Solo el Peloponeso, donde gobernaban descendientes de la casa imperial en el despotado de la Morea, pudo manifestar algún tipo de euforia. Las guerras civiles y las epidemias no harían sino contribuir a la decadencia general.No es de extrañar pues, que en 1403, cuando Ruy González de Clavijo, el embajador del rey de Castilla ante Tamerlán, describe Constantinopla, nos hable de una ciudad que había vivido ya sus mejores días: "En esta ciudad de Constantinopla hay muy grandes edificios de casas y de iglesias y de monasterios que es lo más de ello todo caído, y bien parece que en otro tiempo, cuando esta ciudad estaba en su virtud, era una de las nobles ciudades del mundo. Dicen que hoy en día hay en esta ciudad tres mil iglesias entre grandes y pequeñas, y que dentro en la ciudad hay grandes pozos de agua dulce. Por la ciudad en una parte, bajo la iglesia que llaman del Santo Apóstol, en la una parte hay un puente de un valle a otro por entre estas casas y huertas y por este puente solía ir agua que regaba estas huertas". Poco después, en 1434, cuando uno de los más venerados santuarios, la iglesia de Nuestra Señora de Blanquernas, quedó destruido por un incendio, no se hizo ningún intento por volver a reconstruirlo.No es de extrañar tampoco que el viajero borgoñón Bertrandon de la Broquière, quedase sorprendido al ver que la emperatriz María iba a misa a Santa Sofía a caballo, con un séquito compuesto por dos damas, dos caballeros y tres eunucos. Iba espléndidamente vestida, pero, para entonces, las joyas imperiales estaban siendo sustituidas por vidrios de colores y el oro y la plata estaban dejando paso a la cerámica. Hacía tiempo que los mejores bordados adornaban únicamente las vestiduras eclesiásticas. Cuando al trono otomano ascendió un sultán enérgico, Mohamed II, Constantinopla quedó condenada. Bien es verdad que su caída en 1453 tuvo un significado más simbólico que práctico.Sobre este trasfondo, Bizancio se afirma como una potencia cultural, tanto en los territorios que quedaron bajo su gobierno directo -Nicea, Constantinopla, Epiro, Salónica y Mistra- como en aquéllos situados al otro lado de la frontera. Las dinastías surgidas tras la fragmentación del Estado -los Angel, Lascaris, Paleólogos- pronto necesitaron signos externos de su poder y trataron de encontrarlos en la literatura, pintura o arquitectura, hasta el punto de propiciar un brillante período conocido con el nombre de "Renacimiento de los Paleólogos".Por otro lado, el arte bizantino, que se había asentado en los países balcánicos y eslavos gracias, en buena medida, a la severa vigilancia de la Iglesia, continuó ejerciendo su influencia en estos territorios. De hecho, después de la caída del Imperio, la cultura bizantina gozó de una vitalidad considerable, fundamentalmente en el campo de la pintura, pues la arquitectura, o bien tomó derroteros propios o languideció en reiteraciones sin interés.